Para
no perder dimensión del aquí y ahora, muchas veces me remonto a miles de
kilómetros del aquí. Cuando las noticias
me hablan de todos los maleficios del mundo, de las tormentas de mierda que nos
llueven a diario, cuando el avaro da un paso más y el cielo se desploma sobre
nuestras espaldas, ahí, precisamente ahí, vuelvo mi mente hacia Lesbos.
Lesbos
es una pequeña isla griega a tan sólo 9 kms de la costa turca. Desde que
comenzó el éxodo de Siria, Afganistán y otros países de la región, esta isla ha
sido el primer el primer refugio para quienes lograban llegar con vida al otro
lado del mar. Al decidir embarcarse sabían que primero debían pagar una suma
que rondaba los mil euros por persona y luego si, subir a una precaria
embarcación sin capitán, que los llevaría a las puertas de Europa.
El
mar se ha cobrado ya, desde que comenzó la guerra, más de 15.000 muertes. Cada
una de esas personas se embarcó con un sueño, llegar vivo para comenzar una
nueva vida sin bombas ni ejecuciones. Esos sueños también se ahogaron en lo
profundo del Mediterráneo.
Entre
tanta muerte conocí a unos gigantes. Eran personas como cualquiera de nosotros
pero con la diferencia que estaban dispuestos a arriesgar sus vidas de ser
necesario por salvar otras. Ellos eran un puñado de guardavidas españoles en su
mayoría, aunque también había dos argentinos y un uruguayo, que habiendo
terminado su temporada de trabajo en Barcelona habían viajado a Lesbos para
ayudar en los rescates. A los pocos días conocí también a Essam, un médico palestino
que estaba sólo y se sumó al equipo de rescatistas. Todos voluntarios, ninguno
cobraba por estar allí. Ellos son quienes hacían lo que debían hacer desde la
Unión Europea. Es por ellos que la triste cifra de más de 15 mil muertes no
asciende a más de 30 mil. Es por gente como ellos, que salieron del confort de
sus casas para ayudar a quienes cada día se lanzaban al mar para alcanzar
Lesbos u otra isla de Grecia. Tengo grabado en la retina las lágrimas de
agradecimiento de hombres y mujeres al bajar de los botes. También de las
lágrimas de los socorristas al no poder salvar a alguien.
Estuve
en octubre de 2015 en Lesbos, durante el gran éxodo. Fui testigo de lo que
logra hacer una persona empapada de amor. Hoy desde esta humilde página quería
solamente rendirles homenaje a ellos que hoy continúan trabajando en el mar, en
los campos de refugiados, en las islas, los voluntarios de cada una de las
cientos de organizaciones que ponen esfuerzos, alma, tiempo y dinero para que
los millones de personas en busca de refugio estén un poquitito mejor y vivos.
Me haces emocionar ... Orgullosa de tener a un amigo increíblemente solidario.
ResponderEliminarGracias Moni por tus palabras!
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